Las voces

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Un día vino Elvira de un sitio de copas y jazz que hay cerca de casa, Cleopatra’s Neddle, y me contó que había distinguido de inmediato esa voz en el local lleno de gente. Al volverse hacia ella vio a Philip Seymour Hoffman, hablando alto y riendo a carcajadas, tan imponente para la mirada como para el oído, con esa capacidad de presencia que tienen los grandes actores: un estar más que un actuar, una gravitación sobre el suelo que pisan. Era una voz de odre, de tinaja, de sótano, tan rica de acordes como un instrumento de cuerda, o cello o un contrabajo. Creo que la primera vez que lo vi fue en The Talented Mr. Ripley, donde era la primera víctima del Tom Ripley de Matt Damon. Los grandes actores americanos, tan abrumadores de presencia en una pantalla o en un teatro, se disuelven con naturalidad en la vida real( a los malos actores les pasa lo contrario: actúan en la vida, y parecen monótonamente ellos mismos en la pantalla). Una vez, en un restaurante de Union Square, Elvira, que tiene mucho ojo para esas cosas, distinguió a Matt Damon entre los comensales de la mesa de al lado, hombres y mujeres jóvenes con los que se mimetizaba sin dificultad. Otro día, en la barra del Café Luxembourg, estaba Kathleen Turner, sentada en un taburete, tomándose ella sola un vaso de vino tinto, tan fresca. La gente la reconocía de soslayo y no la importunaba ni la agobiaba con miradas.

Ahora escuchamos la voz extraordinaria de Seymour Hoffman y nos parece que en su desmesura y en sus resonancias de furia y oscuridad ya se transparentaba su desgracia secreta.

Philip Seymour Hoffman (Georges Biard, 2011)
Philip Seymour Hoffman (Georges Biard, 2011)